lunes, 31 de diciembre de 2012

¿Recordáis esas pastillitas que venían en envoltorios transparentes en forma de tubo y anudadas a ambos lados? Que eran de varios colores, creo recordar que blancas, azules, rosas y amarillas. Mi madre siempre me las compraba y las comía a todas horas. Mis favoritas eran las azules, eran de un color muy fuerte y notaba cierta diferencia de sabor entre ellas y el resto. Siempre las dejaba para el final, para acabar con una gran sonrisa en la cara y una sabor de boca excepcional. Ahora caigo en la cuenta de que las echo de menos. No comerlas, no comprarlas, porque eso puedo seguir haciéndolo, sino sentir ese aura de felicidad tanto dentro como fuera de mi cuerpo, esa felicidad que me acompañaba durante, al menos, una hora. Supongo que ya no sentiré esa felicidad, o quizá sí, pero será tan sólo un resquicio de felicidad, una oscura sombra de todas esas sonrisas que me provocaba ser pequeña y creer en los cuentos.

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