jueves, 23 de agosto de 2012


La envidio. La envidio tanto que debería estar prohibido. Su perfecta manera de caminar, esas sonrisas que consiguen enamorar a todos los chicos de la ciudad, sus piernas que dejan embobados hasta el mismísimo chico del corazón intocable. La envidio por eso, y por mucho más. La envidio porque sé que en el fondo, a pesar de apretar los puños cada vez que habla y las mandíbulas cada vez que acierta una vez más, sé que es una buena chica, sé que vale la pena. Y él lo sabe, claro que lo sabe. Sabe que es así, ella, perfecta y por eso la quiere. Yo, en cambio, soy la chica que todos olvidan, la que nadie recuerda una vez que pasa el tiempo. Soy yo, ese es el problema. Cuando intento cambiar para que se fije en mí, siempre acabo siendo lo que más odio. Cuando soy yo, tropiezo con mis propias ideas y mi manera de ser y caigo, caigo sola. Es entonces cuando levanto la vista y en vez de ver su mano, lo veo con ella, mezclando sonrisas, intercambiando miradas, soñando el mismo sueño. No caigo, porque sigo en el suelo, ni siquiera me quedo tirada en él. Me levanto, me quito el polvo y sigo caminando, no porque sea fuerte, ni menos una luchadora o una superheroína, lo hago porque él sigue sonriendo, él sigue con esa cara que me dice que todo está bien, que aunque yo no lo esté, todo está perfecto. Caeré, lo haré día tras día. Me levantaré de nuevo, o quizás llegue un día en que me quede ahí plantada, en medio de la nada, con la grava en los ojos. Tú ya no estarás allí, pero sí con ella, o quizá con otra. Yo seguiré intentando recordar cómo empezó todo, si de verdad algún día escribimos el 'érase una vez' o lo olvidamos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario