jueves, 23 de agosto de 2012


¿Que por qué sigo escuchando la misma canción miles de veces? Es un modo de recordarme a mí misma que fue real todo lo que vivimos, que no se disipó con el humo de su último cigarrillo. Ya es a lo único a lo que puedo aferrarme. No está, ni volverá nunca. Las notas son la sucesión de momentos que necesito para no desesperarme y gritar que nunca existió. Y es que desde su marcha no ha quedado nada. No quiso dejar nada. Ni el paquete de cartas de póquer con las esquinas dobladas, ni el mechero rojo escarlata, ni menos su gorra azul celeste. No queda nada, tan sólo su recuerdo, el cual a veces se va y me deja sola y magullada en una esquina. Antes todos se acercaban a mí y me susurraban palabras de ánimo. Ahora tan sólo me miran con los ojos entornados. Les doy pena. ¿Por qué sienten pena por alguien que ha conseguido saber lo que es querer a alguien con todo su cuerpo? Que el final sea triste no quiere decir que no haya sido la mejor historia de amor. Hace frío, sí, y ahora odio el frío. Me recuerda a las noches que pasamos juntos; esas en que me arropaba con su cuerpo y no necesitaba nada más para entrar en calor. Y cuando la canción acaba, la vuelvo a poner. Es increíble cómo unas simples notas y palabras pueden comprimir tal cantidad de momentos. Y sé que él sabe todo esto, él lo sabía todo. Sabía que cuando tenía heridas en los labios era porque me había desesperado por algo y que cuando estaba ausente, necesitaba pensar. Y esos pequeños detalles eran los que me hacían saber que me quería, que era la chica que él eligió para siempre. Está claro que estaba equivocada, al igual que él lo estuvo con las últimas palabras que me dedicó: Adiós princesa, sé que encontrarás a alguien mejor que yo.

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