viernes, 7 de diciembre de 2012

-Tenemos que hablar.
+No, no tenemos que hablar. No. Cállate. No lo digas.
-Aún no sabes qué voy a decir...
+¡Claro que lo sé! Sé que vas a dejarme, que vas a acabar con todo esto. Y lo sé porque cuando vas a hacer daño a alguien frunces el ceño y las cejas se te pegan a los párpados. No lo digas, por favor, no me dejes. ¿Eres la misma que fingió un encontronazo para saludarme? Esa chica que se enredaba el pelo entre los dedos cuando pasaba por delante, la que se ponía todos los días tacones para que un chico como yo se viese obligado a mirarla. Y sé todo esto porque te conozco desde la punta del pie hasta el último pelo de tu cabeza. Sé cuando finges y cuando quieres presumir, cuando te mueres por bailar pero no te atreves a salir a la pista, cuando te aguantas la risa, cuando buscas tus calcetines rosas o tus medias. Y yo soy el mismo, el que se sentaba en la última fila de todas las clases, el que masticaba chicle desde las ocho y media hasta las dos de la tarde, el chico del corazón de piedra que se enamoró de la chica de las blusas de colores. Así que cállate, no digas lo que querías decirme. Sigue con esto, sigue aceptando mis defectos y perdonándome los errores. Cumple con el pacto que me hiciste, no dejes que nada nos destruya.

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