sábado, 15 de diciembre de 2012

Puede que no sean los mejores cantantes del mundo. También puede que tengan millones de defectos detrás de toda esa apariencia de Don Juanes. Puede que sí, que sólo sean cinco chicos que se dedican a los que les gusta, pero que si no lo hiciesen podrían ser cualquier hijo de vecino o cualquier chico que coincidiese conmigo en la clase de literatura. Y sé que hay millones de personas ahí fuera que ponen cara de escépticos cada vez que suena su canción en la radio o que salen en el telediario. Sé todo esto desde el primer día en que tecleé su nombre en el buscador. "La vida no es su música" -me dicen- "Ellos no van a sacarte de las crisis". Pero sí lo son y sí lo hacen, al menos en mi mundo sí. No me importa que mi madre se ría cada vez que pongo un póster nuevo, o que mi familia me grite que no vale la pena dejarse la piel por unos cantantes de los que me arrepentiré de haber seguido cuando tenga veintitrés. Pero para mí son ellos los que me sacan una sonrisa. Los cinco idiotas que cantan que hay que vivir mientras seamos jóvenes, los que cuentas esas pequeñas cosas que les enamoran de las chicas en una canción. Y cuando tengo un día de perros, de esos en que no sabes exactamente qué va mal pero sientes que te derrumbas, ahí están ellos, en los altavoces de mi habitación o en los auriculares blancos de mi reproductor de música. Y no importa cómo sean, qué canten, si cambian de novia como de camisa, si corren o caminan, si ponen dos x en sus autógrafos o una carita sonriente. Yo lo que quiero es que se queden aquí siempre, que siempre tenga la necesidad de escucharlos, de pulsar el play, cerrar la puerta y olvidarme de quién soy por unos instantes.
"From the bottom of the stairs to the top of the world."

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