miércoles, 13 de marzo de 2013

Hoy entró en mi círculo de intimidad. Invadió mi espacio personal durante veinte minutos, no con mi persona como fin, pero nunca me gustó mirarle el diente al caballo regalado. El caso es que el antiguo yo bebía los vientos por él; los vientos, las nubes y todas las estrellas del firmamento, quiero decir. Y hoy le eché una vista rápida pero entera, de ésta que dicen "ver el cuadro completo"; le miré rápidamente a la cara, a los hombros, a las manos, las pantorrillas y los tobillos. Y no le vi, ni siquiera un resquicio; no era el de las fotos, el de las sonrisas completas, ni los chándals negros; no sé quién era. El caso es que se acomodó en la silla y se acercó más a mí: no sé qué pasó (literalmente). Sus ojos volvieron, los de color capuchino de vainilla, y sus dientes, los que vistos entre sus labios parecen el mismísimo paraíso. Y no dejé de alternar mi mirada entre sus ojos y sus labios, recordándome a mí misma porqué un día bebí los vientos por él. Pero abrió la boca y quise abofetearle. "¿En quién narices te has convertido?" -quise preguntarle. Pero dejó de hablar, apoyó la cabeza en sus brazos y me miró durante dos segundos y cincuenta milésimas. Y no es que no supiese quién era él, sino que dejé de entender quién era yo.
NOW YOU'RE JUST SOMEBODY THAT I USED TO KNOW.

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