sábado, 13 de abril de 2013

Era el chico de la esquina. Así bromeaba con mis amigas. "Allí está el chico de la esquina" "¡Mira al chico de la esquina!". Y todo era un juego. Un juego de azar, de dados y fichas; un juego como puede serlo el parchís o el dominó. Y comencé a verlo por todas partes. Mi sonrisa delataba que estaba convencida de que eran casualidades, de que la vida tenía esa manía de ponérmelo en el camino allá a donde fuese. Pero entonces me di cuenta de que era yo la que me había convertido en la chica de la esquina, porque pasaba la mayor parte del tiempo ahí, esperándole. Y siguió siendo un juego, pero el juego del ahorcado, o cualquier juego de cartas en que tienes todas las de perder. Entendí que no era casualidad verle por todas partes, sino que la casualidad vivía en mi cabeza y en mis instintos; que ya le buscaba como el león buscaba a la oveja... o la alocada oveja a la muerte.

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