Hay muchos tipos de sensaciones nefastas. 
Está el miedo; el miedo a las alturas, a las arañas, a la oscuridad, a amar, a ser rechazado. 
Está la soledad; la sensación de que no hay nadie en tu mundo en quien puedas confiar ni con quien puedas contar. 
Están los celos; el monstruo de los ojos verdes, tal y como lo nombraba William Shakespeare en Otelo.
Pero la peor de todas las sensaciones es una a la que aún no han puesto nombre, o que quizá no he investigado lo suficiente para conocerlo. A mí me gusta llamarla vacío o inexistencia interpersonal. O en lenguaje informal, él.
Me explico.
Es una sensación de vacío con otra persona. Con él. Es un hueco en el pecho, justo en el sitio en el que se alojan las entrañas. Es como si te doliera un hueco, un vacío, así como el cojo siente dolor por el fantasma de su antigua pierna. Pero también es la sangre corriendo por tus venas como la llama en las bengalas. Así como la agonía, la falta de una buena bocanada de aire fresco.
La sensación de no ser nada, más bien de ser nada. De querer serlo todo y no llegar nunca a cinturón negro. Sentir que una simple mirada es como un beso para el resto y que un mínimo roce se asemeja a hacer el amor. Es una presión insostenible en el pecho al estar sentada junto a él y saber que nunca llegaréis a estar más cerca. Como si el cielo y el infierno residiesen en su cuerpo.
Es la jodida utopía. Tu País de Nunca Jamás.

BENVOLIO:  — You're in love?

ROMEO:  — Out.

BENVOLIO:   — Out of love?

ROMEO:  — I love someone. She doesn't love me.