Nunca tuvimos nada, ni fuimos nada. Nunca fui más que una cualquiera. Nunca dejamos pasar esos dos metros de distancia, ni menos nos miramos fijamente a los ojos. El caso es que sigo buscándole, casi como el tonto a la aguja en el pajar. Sigo queriendo esos metros y la visión de su cuerpo en la lejanía. Y supongo que nunca habrá centímetros, solo lejanas vistas al horizonte desde la ventana del estúpido bar.
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