miércoles, 12 de junio de 2013

Pensé en emborracharme. En bajar al bar de la esquina y pedir, yo qué sé, whisky. Whisky para olvidarte, whisky para dejar de pensarte. 
Pero me imaginé ahí, en la barra del bar, rogándole al camarero una copa más, con la cabeza a vueltas y los dedos temblorosos. 
Me dijeron una vez que los efectos del alcohol no son más que verborrea, que no es la verdad lo que afloras, sino sentimientos magnificados. Y yo, que llevo un tiempo preguntándome si la verdad es que te quiero o simplemente eres uno más, tomé la decisión de que no quería enterarme por culpa de unos tragos de más. 
Así que no bajé a por el whisky. Decidí que no quería contarle al camarero lo que te quería, o dejaba de quererte; no quería verte doble, ni siquiera llamarte a las dos y treinta y seis de la mañana contándote que tú eres el fin del mundo y el propio edén al mismo tiempo. 
Pero ahora pienso que no sé que es lo que me provocaría un dolor de cabeza más insoportable: el whisky o tus ojos. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario