martes, 10 de septiembre de 2013

   Estábamos en su habitación sentados uno frente al otro y de repente su madre entró sin tan siquiera llamar. Comenzó a gritar y a echarle la culpa sobre cosas que apenas tenían sentido. En ese momento sólo pensaba que ella necesitaba desahogarse y no le importaba si su hija se encontraba lo suficientemente estable para aguantarla.
   Al cabo de unos minutos, dejó la habitación con un portazo y todo se quedó en silencio. Yo la miré, aún sentado en mi sitio, y la vi con los ojos cerrados y el labio inferior temblando. Sabía que estaba llorando.
-Ey, ¿estás bien? -pregunté preocupado.
   Asintió con la cabeza aún sin abrir los ojos pero no añadió nada más, así que insistí.
-¿De verdad estás bien? 
   Adiviné que no iba a contestarme, que se quedaría en silencio hasta que se encontrase bien de nuevo; me equivoqué.
-Estoy llorando, ¿vale? Así que no, no estoy bien. No quiero que hables, ni que me abraces, ni que te levantes tan siquiera de tu sitio. Quiero que te calles y me dejes un minuto para llorar tranquila. Cuando acabe, saldremos a dar una vuelta ¿de acuerdo? Pero, eh, no quiero que te vayas, no me dejes sola. Tan sólo espérame. 
-De acuerdo -qué estúpida contestación.
   Así que me quedé quieto, sin hacer otra cosa que mirarla. Tenía las pestañas y las mejillas empapadas y el ceño tan fruncido que las cejas se le juntaban creando una extraña línea.
   Entonces, en ese momento, me di cuenta de que me había enamorado de ella. Así, así de rápido. Aunque lo sentí a cámara lenta en mi interior.
   Tendríais que haberla visto... Se mantenía fuerte y valiente como un león pero a la vez parecía tan frágil como el aleteo de una mariposa.
   Y comencé a hacer planes; me la imaginé sentada en el bar de la esquina tomándose un asqueroso batido de fresa y llamándome gilipollas. Y entonces pensé en llevarla al parque cuando dejase de llorar y, no sé, caminar, simplemente caminar. Pensé en, yo qué sé, me estaba volv...
-¡Estoy lista! Vamos, salgamos de aquí -dijo tan enérgica que nadie diría que las gotas de sus mejillas fueron lágrimas un minuto antes.
   Me cortaba los pensamientos tan rápido como me cortaba la respiración.


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