jueves, 26 de diciembre de 2013

No supimos ser felices.
Nos llegó deprisa, aunque tardó años, y cuando tuvimos la felicidad delante de nuestras narices nos acojonamos.
Así, como suena.
No supimos qué era, ni cómo manejarla.
Ya ves tú, como si fuese el mando de la televisión o una lavadora de alta potencia.
Nos limitamos a mirar cómo los demás eran felices, qué hacían, qué decían...
y de repente se fue, tan rápido como intentamos vivirla.
Nos miramos y, no me digas cómo, supimos que la felicidad había terminado.
Así que nos fuimos, así, sin decir adiós.
Nos sentamos cada uno en un banco, esperando a que volviese a llegar lo que no supimos cómo mantener.




  Un día estábamos sentados uno frente a otro.
Yo tenía las manos heladas y,
de repente,
pusiste tu mano encima de la mía.
Caliente, casi ardía.
No supe qué hacer,
y dudo que tú supieras lo que estabas haciendo.
Así que me mantuve quieta, con mi mano bajo la tuya.
La gente pasaba y nos miraba.
Cuando torcían la cabeza los veía sonreír.
Juro que pensaban que estábamos enamorados.




Supongo que dejé quererme 
mientras intentaba averiguar 
qué hacer para demostrar que yo, 
durante todo el tiempo que estuvimos juntos 
y más cuando ya no estabas conmigo, 
también te quise a rabiar. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario