martes, 3 de junio de 2014

Fue el último adiós. La gran despedida. Y no me avisaste, nadie lo hizo.
Siempre creí que el ganar y el perder llevaban un plan entre medias.
Como cuando te proclamas ganador en una partida de ajedrez, retiras las piezas, comienzas de nuevo y pierdes.
Hay un plan. Una estrategia. Algo que hizo que ganaras y después perdieras.
Pero entonces no hubo ninguna táctica.
Gané y perdí, al mismo tiempo. Ésa fue la primera y la última partida que jugamos juntos.
Como la ruleta rusa.

Y lo cierto es que desde entonces no he parado de pensar en todo lo que tengo que decirte. Cosas que nunca pensé que querría decir en voz alta. Cosas que ni siquiera me he dicho a mí misma.

Nunca consideré la posibilidad de haber sido yo la que te dejó marchar.
Siempre pensé que no era el tiempo, ni siquiera el lugar;
que quizá no era yo la que debía estar allí contigo... ni tú conmigo.
Ahora ha pasado el tiempo y… no sé, quizás debería haber dicho: «sí, ya nos veremos».






Siempre he pensado que existe cierto placer 
en querer a alguien que no siente lo mismo por ti. 
Me gusta creer que toda la belleza está 
en la imposibilidad de querer, como decía Cortázar. 


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