Fue
el último adiós. La gran despedida. Y no me avisaste, nadie lo hizo.
Siempre
creí que el ganar y el perder llevaban un plan entre medias.
Como
cuando te proclamas ganador en una partida de ajedrez, retiras las piezas,
comienzas de nuevo y pierdes.
Hay
un plan. Una estrategia. Algo que hizo que ganaras y después perdieras.
Pero
entonces no hubo ninguna táctica.
Gané
y perdí, al mismo tiempo. Ésa fue la primera y la última partida que jugamos
juntos.
Como
la ruleta rusa.
Y
lo cierto es que desde entonces no he parado de pensar en todo lo que tengo que
decirte. Cosas que nunca pensé que querría decir en voz alta. Cosas que ni siquiera me he dicho a mí misma.
Nunca
consideré la posibilidad de haber sido yo la que te dejó marchar.
Siempre
pensé que no era el tiempo, ni siquiera el lugar;
que
quizá no era yo la que debía estar allí contigo... ni tú conmigo.
Ahora
ha pasado el tiempo y… no sé, quizás debería haber dicho: «sí, ya nos veremos».
Siempre he pensado que existe cierto placer
en querer a alguien que no siente lo mismo por ti.
Me gusta creer que toda la belleza está
en la imposibilidad de querer, como decía Cortázar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario