jueves, 23 de agosto de 2012


Una mano a la que poder agarrarme cuando sienta vértigo o unos brazos en los que poder sobrevivir cuando tenga frío o miedo. No necesito nada más. Ni alcohol, ni regalos, ni vales para comprar vestidos o zapatos de tacón. ¿En serio se creen que todos somos iguales? Dan el amor por muerto y los cuentos de hadas por inexistentes, cuando en realidad han sido ellos los que se lo han cargado todo. Y ellos, en realidad, somos nosotros, los humanos, los únicos capaces de crear y destruir al mismo tiempo. En el mismo instante en el que creamos una máquina para levantar tres sacos de arena, destruimos la verdadera fuente de riqueza de un hombre. ¿Pero eso a quién le importa a parte de a él? No podemos echarle la culpa a los cuentos de nuestras inútiles esperanzas en príncipes azules, cuando nosotros mismos nos hemos encargado de extinguirlos. ¿Merezco acaso que me integren en el grupo de jóvenes sin futuro ni conocimiento de amor,amistad o cualquier tipo de sentimiento? No, claro que no. Y yo no quiero fiestas a las doce de la noche, ni faldas que sólo tapen el trasero o, no sé, permiso para agujerearme la nariz. Quiero amaneceres con la gente que quiero, bibliotecas con más de seis mil ochocientos libros, fuegos artificiales junto al mar y altavoces inmensos con música a todo volumen de los Beatles. Quiero sonrisas, caricias, abrazos y besos. ¿Tan difícil de entender es eso? Ya parece que sí. Ya parece que nos hemos encargado de borrar los "para siempre", de pisotear los ochos tumbados y de romper las páginas del libro en que el príncipe despertaba a Blancanieves con un beso.

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