domingo, 14 de octubre de 2012

Ahí estaba él, con la mirada perdida en el fondo de la taza del café. Del café cortado, claro, él odiaba la leche. Me fijé en la taza en vez de en él por primera vez y fui consciente de que era extremadamente pequeña para disfrutar de su contenido. No había ninguna bolsita de azúcar, ni abierta ni cerrada. El café no estaba caliente pues los cristales de sus gafas no estaban empañados. Aún recuerdo cómo me besaba en los labios y odiaba no ver mi cara de felicidad por la capa que se le formaba en los cristales. Llevaba su jersey de lana marrón favorito, ése que le hace parecer un periodista neoyorkino. Él quería serlo, pero prefería acomodarse en Londres. Oí la puerta del bar abrirse con la consiguiente campanita y unas botas de tacón retumbar por la sala. Él despertó y miró a la joven que acaba de entrar. Se quitó las gafas y la besó en los labios. La chica le enseñó dos billetes en los que pude leer claramente "Nueva York" y él preguntó por el precio de su descafeinado. Ambos dejaron el bar minutos después y fui consciente de que ese chico ya sólo era alguien a quien yo solía conocer.

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