miércoles, 10 de octubre de 2012

De pequeña me encantaban las historias de princesas. Ya sabes, una chica preciosa que se enamora del chico más guapo y acaban felices juntos. El caso es que no recuerdo cuándo dejé de creer en eso, cuando me di cuenta de que los cuentos de princesas son todos una basura. ¿La vida es así de perfecta? ¿En qué mundo? Míranos. Ni soy rubia, ni alta, ni menos una princesa. Soy como una rata de biblioteca y sólo soy la mínima parte de lo que podría haber llegado a ser. Y tú eres tú, no eres un caballero andante, te gusta música que no soportaría nunca escuchar y sólo ves fútbol, fútbol y más fútbol. En cambio sigo estancada en esos cuentos de hadas aunque no soporte ni el "érase una vez". Sigo deseando que cruces la esquina y me digas que soy tu Cenicienta.  Ya sabes, que una alfombra mágica nos lleve a todas partes y que me despiertes con un beso. ¿Cuál es el punto de la realidad y cuál el de la ficción? ¿Va a llevarme a alguna parte luchar contra la bruja o mejor me quedo en el sitio besando ranas? ¡Es que en esos cuentos nunca explicaron nada de esto! No había una chica preciosa que fuera muchísimo mejor que yo y que tú no parases de mirarle el trasero. El príncipe y la princesa conocían la existencia de ambos, no cruzaban las esquinas sin mirarse a la cara. No se sentían lejos pero a la vez cerca porque siempre estaban juntos. No les bastaba con una mirada casual porque se miraban a los ojos. En cambio yo la cago una y otra vez. No hay cuento, no hay historia. Si no somos princesas ni príncipes, ¿significa que no hay final feliz? ¿Significa que no hay baile, que no hay zapato de cristal? Que la carroza no existe, que no vas a besarme en una barca, que no eres ningún John Smith, que yo no soy Blancanieves... ¿Esto es todo lo que tenemos? Entonces no tenemos nada. No somos nada. Y vivieron felices y comieron perdices.

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