martes, 18 de diciembre de 2012

Solía decir que le echaba de menos, que las historias que me contaba eran mejores que esos libros de caballerías, que los besos y los abrazos que me daba no eran ni comparables a las estrellas fugaces, el olor a chocolate caliente o el mejor concierto de tu vida. Recuerdo cómo me perdía en sus "no me iré hasta que me beses", en el corte de su ceja derecha, en la cara que ponía cuando estornudaba... En cómo decía que la mejor saga que existe es Harry Potter, en cómo intentaba aprender a tocar la guitarra. Pero un día me perdí de veras, dejé de ser yo, me dejé llevar por la agonía. Y le pedí que, allá a donde estuviese yendo, me siguiese. Planeé los vientos, incluso los solsticios de verano. Planeé las ganas, los miedos, los quehaceres. Planeé incluso todo eso que sabes que llegará de sopetón, que ni siquiera tú tienes que inventarlo. Y me dijo "no". Y volví a perderme. Y a quemarme en invierno, y a morirme de frío en verano. Y las sonrisas, los ojos brillantes y las canciones de amor dejaron de ser lo que eran cuando él no estaba conmigo. "No eres tú, soy yo" -me dijo- "El tiempo vuela y no quiero perderlo. Has cambiado". Y claro que lo había hecho. Me había perdido. Y entonces dejé de decir que le echaba de menos para comenzar a echar de menos a quién yo solía ser antes de conocerle a él.

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