lunes, 25 de febrero de 2013

"Se quejaba mucho de sus malas notas y de sus tobillos huesudos. De sus rizos mal colocados, de los kilos que ganaba en navidad y de los dedos tan largos que tenía. Yo solía pedirle que me contase los lunares de la espalda, pero me cambió por las noches de luna llena plagadas de estrellas que contar. Y eso que había aprendido a leerla como el poeta a su poesía. Cómo se pasaba las manos por todo el cuerpo, revolviéndose el pelo y machacando sus caderas cuando sonaba Lana del Rey en la radio. Su afición incondicional por James Dean y el nail art. Cuando decía "¿echamos un polvo?" y se sonrojaba por haber sido tan salvaje. Y ese inglés, su inglés, aquel que consistía en inventarse el mayor número de palabras. Y me acuerdo de esto porque el teléfono no ha parado de sonar en toda la noche, pero sé que es ella y no voy a responder. No quiero volver a ser el chico frágil que me hizo ser. La quiero, pero la odio tanto que no puedo reconocerlo" -dijo él antes de cerrar los ojos y quedarse dormido otra vez.

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