miércoles, 4 de diciembre de 2013

Eran las diez y treinta y dos. Estaba apuntándome los deberes de filosofía en la mano izquierda cuando levanté la vista sin querer. Lo vi sentado en su sitio, escribiendo algo con el portaminas. Presionó el papel con la punta y, de repente, se partió y salió disparada hacia la cabeza de alguien. Intenté reprimir la risa. Comenzó a mirar a todas partes, rezando para que nadie lo hubiese visto y, por casualidad, se fijó en mí. Aún estaba intentando reprimir una sonrisa cuando él comenzó a reírse, entendiendo que había sido la única que lo había visto. 















     Entonces entendí que vivimos para las cosas pequeñas. Para una mirada cómplice cuando alguien, sin saberlo, pone tu canción favorita. Para el mismo x=3 que el chico que se sienta en la tercera fila de tu clase de matemáticas. Para esa mirada tan dramática que sientes en la nuca cuando te cruzas con alguien y ambos seguís caminando. 















Para esa pequeña, pero intensa, sensación de que, 
algún día, volveremos a estar frente a frente, 
sentados en un muro, hablando de lo ajetreada que es tu vida 
y de lo aburrida que resulta ser la mía.

No hay comentarios:

Publicar un comentario